POR: José de Jesús Ortiz Báes

El maestro José Miramontes Zapata (1959), fundador y director de la Orquesta Sinfónica de San Luis Potosí, falleció este sábado debido a diversos problemas de salud que se agravaron en los últimos días. Había sido ingresado a una clínica apenas horas después de que dirigiera el Réquiem, la obra sacra de GabrielFauré, presentada el miércoles 16 de abril en el Teatro de la Paz.

Su salud se había deteriorado desde 2017 cuando sufrió un problema cardíaco y otros problemas posteriores. Aun así, salvo algunos periodos de convalecencia, se mantuvo al frente de la Orquesta Sinfónica creada en el año 2000 con su apoyo fundamental.

Formado en un ambiente familiar —en el Barrio de San Miguelito— en el que la música era un elemento central, aprendió a los siete años a tocar el piano.  Casi niño, perfeccionó su técnica con la maestra Cristina Zárate, Gabriel Arriaga y luego con el cura Nicolás Díaz; después, estuvo durante un lapso en la Escuela Nacional de Música, de la Universidad Nacional Autónoma de México, la cual abandonó al no sentir que le aportara en su formación musical. Posteriormente, fue becado por el Instituto México-URSS para estudiar en el Conservatorio Nicolái Rimsky-Korsakov de Leningrado (1988-1995) especializándose en dirección coral y orquestal con la maestra Tatiana Ivanovna KhitrovaVíctor Fediotov Mikhail Kukuskin.

Vivió allá de forma directa el derrumbe del imperio soviético, el fin de una época y una utopía. “Me toca presenciar las consecuencias nefastas del reformismo de Gorbachov. La Perestroika que él impulsa es una etiqueta, una definición formal que usa el gobierno soviético y la prensa occidental”, advertía.

De regreso a México, fue impulsor en los 90´s del Coro de la Escuela Estatal de Música en San Luis Potosí, director de la Orquesta Sinfónica Juvenil Julián Carrillo y después fundador y director de la Orquesta Sinfónica de San Luis Potosí.

En una entrevista publicada en Astrolabio Diario Digital en febrero de 2022, Miramontes Zapata recordó aquellos años remotos en que aprendió a tocar el piano y la importancia que tuvieron en su formación inicial la maestra Cristina Zárate de Govea, a quien recordaba como  “muy famosa y muy estricta”;  así como el sacerdote Nicolás Díaz, quien jugaría también un papel importante en su proceso formativo.

“El padre Nicolás había estudiado música en la academia de Santa Cecilia, en Roma, era un organista muy bueno, un personaje ilustrado, realmente con un conocimiento enciclopédico de la música muy vasto. Había sido párroco en Cedral y luego en el templo de la Compañía, en Fundadores. Daba clases en el Instituto Potosino de Bellas Artes, que estaba recién inaugurado. Son los años 70´s. Cuando inicié clases con la maestra Cristina tenía nueve años, cuando llegué con el padre Díaz tendría 13 años. Con él fue la primera vez que tuve un planteamiento más académico hacia el estudio musical”.

También, destacaba la importancia de su madre como un ejemplo ético, en el contexto de una familia tradicional, de 15 hermanos: “la influencia de mi madre es muy importante, siempre la recomendación de ella era que hiciéramos las cosas bien, que no robáramos, no hiciéramos daño, no tomáramos lo que no era de nosotros y fuéramos derechos. Ese valor ético, moral en la familia fue muy importante, a pesar de provenir de una familia conservadora”.

De sus años al frente de la Orquesta Sinfónica en los que se presentó en diversas partes del mundo, decía que lo que más satisfacción le generaba era el lograr ejecuciones musicales de obras de  muy alta complejidad técnica, “más allá de haber estado en Viena o de que nuestros jóvenes de la Orquesta hayan estado en Pekín, y sobre todo, el hecho de que están sembrando aquí una visión diferente, más cercana a observar y objetivizar la actitud del trabajo musical como una profesión en el sentido estrictamente curricular. También, hemos estado en muchas comunidades, en el contacto con la gente, lo cual es increíble”.

Hombre de profundas convicciones de izquierda, a la par de su pasión por la música, desde la adolescencia tuvo clara su simpatía y apoyo a diversos procesos de lucha social. Una conciencia política, recordaba, construida a partir de la lectura en la peluquería de su padre (ubicada en la Alameda) de las revistas Por qué, Sucesos, Los Supermachos y Los agachados, de Rius, a quien recordaba también como una influencia clave en su concepción del mundo. “Era sensacional, tuve esa fortuna de haber estado en contacto con esas lecturas, más lo de la secundaria que influyó mucho”.

De su paso por la Secundaria Jaime Torres Bodet recordaba particularmente al maestro Abraham Alzamora Zurita y sus clases de historia universal, una descarga eléctrica que lo sacudió y le generó un pensamiento crítico, una duda cartesiana finalmente: “Las clases de historia universal con él eran fantásticas. Fue un choque, que llegara el maestro y dijera ´Dios no existe’, ese es un flashazo clave, que te permite irrumpir en uno de dos campos: irrumpes en el de lo que empiezas a considerar que son tus derechos y el ejercicio de ciertas libertades o irrumpes en el campo de lo otro, de lo que niega lo otro. Esto fue en 1970”.

Militó también en el Partido Revolucionario de los Trabajadores, de orientación trotskista, fundado por doña Rosario Ibarra de Piedra, a quien apoyó en sus sucesivas campañas presidenciales (1982 y 1988), junto con otros militantes de aquella época, como Juan Alanís, quienes organizaron en San Luis su primera campaña electoral.

A León Trotsky, el profeta desarmado, de quien era un gran conocedor de su obra, lo consideraba un personaje central de la historia moderna. Por él, se definía como antiestalinista, crítico de las desviaciones de un proceso político, el de la URSS, enterrado por una burocracia de partido. Marxista hasta la médula, su fe seguía intacta, en la búsqueda permanente de la utopía de una sociedad mejor y más justa. “A la fecha sigo pretendiendo declararme comunista, pero eso todavía no existe, es una utopía que no se ha alcanzado”.

Desde una postura crítica simpatizó con el proyecto político encabezado por el expresidente Andrés Manuel López Obrador, ideológicamente lo veía cercano a la socialdemocracia, no como un revolucionario, ni siquiera como al expresidente Lázaro Cárdenas, aunque advertía de la necesidad de apoyar el proceso político que representaba ya como gobierno.

En los últimos años, el maestro José Miramontes Zapata apoyó decididamente la defensa de la Sierra de San Miguelito, asediada por los proyectos de depredación ambiental que se intentaban (se intentan) realizar a través de un complejo inmobiliario impulsado por las élites económicas locales, con la apatía y acaso anuencia del gobierno estatal. Consideraba a la Sierra como algo especial, un recuerdo vinculado a su infancia distante. “Entonces existía el Cerro de la Pepsi, el Cerro de la Corona, había un zoológico pequeño en el Cerro de la Corona, pequeño si se quiere, pero era la oportunidad de ver cosas que no se tenían en la vida cotidiana”.

Y agregaba en aquella entrevista realizada en su casa llena de libros: “Asumo una postura activa, pública, porque se debe asumir, no se puede permitir que se destruya la Sierra; mi primer contacto no fue tanto por la Sierra de San Miguelito sino por una manifestación en San Luis -creo que fue en 2017- en contra de la corrupción. Pienso que no puede haber una sociedad sana si está cimentada en relaciones de corrupción, es muy simple: cedes y eres cedido a otro interés, tu derecho a la decisión queda anulado por la misma corrupción. Ese fue un primer acercamiento, no era una manifestación en defensa de la Sierra, pero el tema empezaba a aparecer, ahí me di cuenta que había un grupo que estaba ya en eso”.

—¿La Sierra de San Miguelito terminará igual que Cerro de San Pedro, víctima de la depredación del capital?

—Creo que la experiencia de Cerro de San Pedro ha dado mucha experiencia para los defensores de Sierra de San Miguelito y tengo confianza en que podemos ser capaces de frenar incluso la complicidad de Semarnat, puede ser ella o puede ser la propia UNAM en sus estudios la que esté contaminada por la influencia de los constructores.

—¿Es una lucha que sigue abierta?

—Sigue abierta, es una batalla que aún no está terminada.